sábado, 17 de junio de 2017

Dios y el aborto.

por Fernando Pascual.
  Para algunos Dios no debería ser mencionado en los debates sobre el aborto.
Dicen que la religión ha de permanecer bien guardada en las sacristías, mientras que el decidir si nace o no un hijo quedaría sólo en manos de los legisladores, personas que no necesitarían para nada pensar en Dios.


        Excluir a Dios de las discusiones sobre la justicia, la dignidad del hombre, el aborto, es caer en un doble error. El primero consiste en prescindir de “algo” que ha marcado y marca profundamente las ideas y convicciones de la mayoría de las personas y de los pueblos.



        Dios, en efecto, ha estado siempre muy presente en casi todas las culturas humanas, ha contribuido profundamente en los modos de organizar la vida social y las mismas leyes de muchos estados. Querer excluir a Dios implica, por lo tanto, cerrar los ojos a una dimensión humana que ningún legislador honesto debería olvidar a la hora de organizar la vida pública.



        El segundo error es más sutil y peligroso. Cuando pensamos y organizamos la vida social como si Dios no existiese, entonces la ley se convierte simplemente en el resultado de decisiones humanas sin ninguna referencia a algo superior y transcendente.



        Tales decisiones dependen mucho, es cierto, de la racionalidad. Pero como el hombre no es sólo razón, también dependen de sentimientos, de juegos de poder, de engaños, de pasiones bajas.



        La reciente historia humana muestra cómo pueblos y naciones que han prescindido de Dios han promovido injusticias y crímenes hasta límites insospechados. Hitler, Stalin, Mao, han mostrado lo terrible que es vivir de espaldas a Dios, o manipulando la idea de Dios según intereses miserables. Los grandes dictadores del pasado cometieron exterminios execrables, entre los que también podemos contar la legalización y promoción del crimen del aborto. Porque, en definitiva, si Dios no existe (o si algunos lo identifican con una raza o con la propia ideología) todo estaría permitido, según la famosa frase atribuida a Dostoievski.



        No podemos, por lo tanto, dejar de lado a Dios a la hora de discutir sobre el aborto ni sobre los temas más importantes para la vida social. Tener presente a un Ser Supremo nos ayudará a reconocer que las leyes no dependen sólo de los partidos políticos, ni del influjo de los medios de comunicación, ni de las estadísticas, ni de los intereses de empresas o grupos de poder. Por encima de los legisladores y los gobernantes, existe un Dios que explica y justifica la dignidad de cada hombre, de cada mujer, nacidos o antes de nacer.



        Necesitamos pensar en Dios para reconocer que no hay seres humanos de segunda clase, que el no nacido merece respeto y cariño lo mismo que quienes ya hemos nacido. Desde Dios y con Dios podremos comprometernos más a fondo en la búsqueda de un mundo y de estados más justos, más honestos, más solidarios, más buenos. Donde ninguna mujer se sienta presionada a abortar, donde los médicos se comprometan a respetar la existencia de los no nacidos y de los ya nacidos, y donde los legisladores borren de su agenda el “tema del aborto” para dedicarse, en serio, a promover la vida familiar y las condiciones sociales que faciliten la acogida de cada hijo que inicie el camino de la vida.



 AutoresCatolicos.org