lunes, 10 de julio de 2017

Discurso por el día de la independencia argentina (9 de julio de 1816).



Publicamos aquí el discurso que un amigo, que prefiere permanecer en el anonimato me acercó hoy para el día de la independencia argentina, hace casi cien años, el 9 de julio de 1816. P. Javier Olivera Ravasi

Unas treinta universidades fundadas entre 1538 y 1812 y dieciséis colegios mayores; la fusión de pueblos enteros en una sola raza; la conquista de todo un continente en sesenta años por unos pocos soldados que pacificaron a tribus belicosas y crueles. Estos son algunos hechos, entre muchos, que hablan por sí solos de la obra de España en América.
Pero esto no es nada, y tampoco se explica, si prescindimos de un hecho aún más portentoso, como lo fue la evangelización de América, también emprendida por España. Acerca de esto, recuerdo al Inca Garcilaso de la Vega, quien escribió en pleno siglo XVI que, ofrecía su historia para que se den gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen María, su Madre, por cuyos méritos e intercesión se dignó Dios sacar del abismo de la idolatría a tantas y tan grandes naciones y reducirlas al gremio de su Iglesia Católica Romana, la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que los crió”.
No puede, entonces, menos que dejarnos perplejos el empeño de muchos en festejar nuestra emancipación de un imperio tan fecundo.
Hasta es llamativo el término “independencia” cuando sabemos que las Indias no eran colonias, como enseñó Ricardo Levene en su clásica obra que lleva ese título. Ni una sola vez se ha podido encontrar el término “colonia” en los millares de textos legislativos y demás documentos producidos durante los tres siglos de la – por tanto – mal llamada época colonial.
Es por esto que no debe sorprendernos que el movimiento independentista tuviera que enfrentar a lo largo de todo el continente la resistencia de criollos, indios y negros que se armaron y murieron en defensa de su rey. Lo que sí sorprende, en cambio, es la saña y crueldad con que los persiguieron algunos de los promotores de la independencia.
Esto es lo que hizo exclamar al autor de la declaración de independencia y de la primera constitución de Venezuela, Germán Roscio, en carta a Simón Bolívar que “la España nos ha hecho la guerra con hombres criollos, con dinero criollo, con provisiones criollas, con frailes y clérigos criollos y casi todo criollo”.
Entre nosotros, cómo olvidar el fusilamiento, a manos de Castelli, de Santiago de Liniers, décimo Virrey del Río de la Plata y jefe de la gloriosa Reconquista de Buenos Aires, de quien Paul Groussac escribió que “los últimos héroes de la Patria Vieja fueron las primeras víctimas de la Patria Nueva”.
Ahora bien, en los misteriosos planes de la Providencia estaba el permitir que se declarase nuestra independencia. Hoy tampoco sería conveniente o tan siquiera posible reintegrarnos a una España que repudia su religión, su historia, su cultura y todo lo que la hizo grande. Ya no se aplican a ella las recordadas palabras de Menéndez Pelayo describiendo a su patria como “evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra”.
Así es como los argentinos quedamos librados a nuestra suerte. Para bien o para mal, somos formalmente independientes y está en nosotros que esto sea para bien; en todos y cada uno de quienes hoy estamos acá reflexionando sobre las implicancias de lo que sucedió el 9 de julio de 1816.
Como nación formalmente independiente y soberana en la que hemos devenido, estamos llamados a encontrar nuestro destino y pugnar por su realización. Es la actual generación de argentinos la que tiene que redescubrir que su vocación es exactamente la misma que tuvo la primera comunidad que se formó apenas conquistada, evangelizada y civilizada esta parte del mundo.
Cambiaron las circunstancias. Ya no existe el Reino de Indias, los Reyes Católicos de tales conservan sólo el nombre – al cual no hacen honor – y la España actual ya no puede ser guía ni modelo de buen gobierno, carcomida como está por las más mortíferas ideologías modernas.
Aun así, nos queda la idea de la España imperial, tal y como la concibieron Isabel de Castilla, Carlos V y Felipe II; sólo que ahora – y en tanto Dios no disponga otra cosa – este ideal tiene que ser redescubierto y actualizado por la presente generación de argentinos, por sus propios medios y organizados en nación independiente y soberana.
Para esto, tenemos que empezar por advertir que esta independencia y soberanía de la que creemos gozar es tan solo aparente. Lo voy a explicar con unos pocos ejemplos:
En el año 2012, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictó una sentencia que tuvo por efecto permitir y promover el aborto en gran escala. El tribunal invocó supuestas “recomendaciones” e “interpretaciones” de ignotos comités de funcionarios de organismos internacionales que dijeron fundarse en la Convención sobre los Derechos del Niño, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, la Convención sobre Eliminación de todas las formas de Discriminación sobre la Mujer y otros instrumentos internacionales de los que nuestro país es parte.
Ante esto, cabe preguntarse: ¿cuán independiente es una República Argentina obligada a permitir y promover el homicidio de los niños en el vientre de sus madres ante la sola recomendación de oscuros personeros de organismos internacionales? Un Estado incapaz de defender la vida inocente y no nacida frente a la mera “recomendación” de los nuevos Herodes enquistados en la burocracia de la OEA o de las Naciones Unidas no es independiente.
Desde el año 2003 – cuando, según una curiosa corriente historiográfica se habría fundado realmente la Argentina -, el mismo tribunal supremo que se dice garante y custodio de las libertades y derechos fundamentales desató una persecución despiadada contra los militares, policías y civiles que defendieron a su Patria contra el terrorismo subversivo en la década del setenta del pasado siglo. Miles de ellos fueron encarcelados por el solo hecho de haber combatido a un enemigo entrenado y financiado desde Cuba. Esta persecución continúa hasta hoy y más de cuatrocientos soldados murieron en prisión. Para nuestra Corte Suprema, la República Argentina estaría obligada por supuestas costumbres y normas internacionales por sobre nuestra propia Constitución y contra lo que esa misma Corte, integrada parcialmente por otros jueces, había decidido anteriormente.
Ante esto, también cabe preguntarse: ¿qué independencia es ésta que no puede impedir que se encarcele a quienes arriesgaron sus vidas por nuestra subsistencia como nación? ¿Qué independencia es ésta con supuestos tratados y costumbres internacionales que prohíben que los argentinos se reconcilien?
Doy un último ejemplo: la República Argentina está permanentemente endeudada. No importan la moneda, ni el plazo ni la tasa de interés: cualquier dinero disponible en los mercados internacionales es tomado en préstamo por los gobiernos sucesivos, muchas veces para el pago de gastos corrientes, cuando no para el latrocinio de los mismos gobernantes. Llevó casi un siglo el pago del primer empréstito contraído después de declarada la independencia y pocos días atrás se concertó otro préstamo, precisamente a cien años.
¿Qué independencia es ésta, sometidos como estamos por acreedores sin interés alguno en nuestra prosperidad y sólo atentos a obtener unos réditos que están entre los más elevados del mundo? Hace apenas unos días, nuestro ministro de hacienda reconoció que tres de cada cuatro préstamos tomados en el extranjero tienen por destino el pago de otros préstamos recibidos por algún gobierno anterior. ¿Es esto independencia?
Por todo cuanto acabo de decir, nuestra independencia seguirá siendo meramente declamatoria hasta tanto los argentinos no hagamos lo siguiente; y en este orden:
Primero: reconocer nuestra identidad como nación hispánica;
Segundo: ser fieles a esa identidad, conservando nuestra fe y nuestra cultura; y
Tercero: sacudirnos de una vez y para siempre aquellas imposiciones de personas, organizaciones, ideologías y estados foráneos que nos oprimen y apartan de nuestra vocación.
Esto es lo que hicieron nuestros mejores próceres y esto es lo que también nosotros tenemos que hacer hoy, con la ayuda de Dios.


Que no te la cuenten (10/7/17)