lunes, 3 de julio de 2017

Los griegos no eran sodomitas: El Banquete de Platón (6-8)

El banquete de Platón, Anselm Feuerbach (1829–1880).
por Javier Olivera Ravasi.
8. El “banquete” de Platón
El “Banquete” es un diálogo filosófico donde diversos participantes rinden tributo a Eros, el dios del amor aportando la visión que cada uno tiene acerca del amor, de allí que permita conocer, de primera mano, lo que un griego del siglo IV a.C. entendía por entonces sobre el tema.
Vale la pena señalar que varios “eruditos” y “especialistas” han intentado ver en esta obra culmen de Platón un ejemplo de “la civilización griega homosexual”.
Como muchos de los diálogos platónicos el debate se abre a partir de diversos puntos de vista que los participantes tienen sobre un tema con el objetivo de contrastar las opiniones y sacar, a partir de la mayéutica socrática, la verdad que cada uno ya intuye en su alma. Resulta imperioso, por lo tanto, analizar quién dice cada cosa para saber si se trata de un pensamiento claramente platónico o si simplemente estamos frente a un interlocutor imaginario que el discípulo de Sócrates utilizara en su provecho.
Siguiendo esta premisa, pueden leerse con claridad en el Banquete, durante el discurso de Pausanias, “las normas sobre la pederastia en Atenas” que resultan ser “una de las fuentes más importantes para el conocimiento de la actitud griega frente a la homosexualidad”. Allí, el mismo Pausanias, defensor indirecto de la pederastia, debe admitir: “Sería preciso, incluso, que hubiera una ley que prohibiera enamorarse de los mancebos, para que no se gaste mucha energía en algo incierto, ya que el fin de éstos no se sabe cuál será, tanto en lo que se refiere a maldad como a virtud, ya sea del alma o del cuerpo. Los hombres buenos, en verdad, se imponen a sí mismos esta ley voluntariamente, pero sería necesario también obligar algo semejante a esos amantes vulgares, de la misma manera que les obligamos, en la medida de nuestras posibilidades, a no enamorarse de las mujeres libres”[1].
También en dicho diálogo entra en escena Aristófanes, un personaje que no debería caer bien al mundo platónico (en el diálogo “Las Nubes” se burla abiertamente de Sócrates y aquí, en el “Banquete”, muestra una conducta excéntrica que acaso fue introducida por Platón como señal para dar a entender al lector que el punto de vista expresado por él no merecía reverencia). Aristófanes desarrolla un extravagante discurso sobre el andrógino, un ser esférico con ocho patas y dos caras, que se desplazaba rodando por el suelo, que reunía las condiciones sexuales tanto de varón como hembra. Según el disparatado razonamiento de Aristófanes, estos seres desafiaron a los dioses y Zeus los hizo partir por la mitad, de modo que, haciendo inverosímiles cabriolas argumentativas e inventándose toda una mitología para justificar que dos hombres gocen uniéndose sexualmente entre sí, dice: “En consecuencia [de la partición del ‘andrógino’ originario], cuantos hombres son sección de aquel ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras. Pero cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas. Cuantos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y, mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran al acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos”[2].
Por la excentricidad de su propio relato, no es de extrañar que Aristófanes ruegue en un momento dado “que no me interrumpa Erixímaco para burlarse de mi discurso”[3] y que, poco después, finalice su intervención pidiendo clemencia: “Éste, Erixímaco, es mi discurso sobre Eros, distinto, por cierto, al tuyo. No lo ridiculices, como te pedí, para que oigamos también qué va a decir cada uno de los restantes o, más bien, cada uno de los otros dos, pues quedan Agatón y Sócrates”[4].
A pesar de que Aristófanes sólo representa un punto de vista de tantos que había allí y que, probablemente Platón lo hubiese incluido para burlarse del burlador de su maestro, varios autores pro-teoría homosexual citan sus palabras ¡como si representasen el punto de vista del mismísimo Platón!
Pero hay más: del homenaje de Agatón a Eros podría distinguirse una cita, en la que se plantea que “respecto a la procreación de todos los seres vivos, ¿quién negará que es por habilidad de Eros por la que nacen y crecen todos los seres?”[5], en la que, dejando caer que Eros es responsable de la procreación, deja también claro que el dios pertenece al ámbito del sexo heterosexual, que es el único capaz de engendrar nueva vida.
Sin embargo, la joya del “Banquete” platónico es, sin lugar a dudas, y como siempre, la intervención de Sócrates. Citando el discurso que había escuchado años atrás de una mujer que él mismo considera como “sabia”, dice:“Os contaré el discurso sobre Eros que oí un día de labios de una mujer de Mantinea, Diotima, que era sabia en éstas y otras muchas cosas”[6].
Las palabras de Diotima, además de ser sumamente interesantes al margen de ser aplastantes en cuanto al debate hetero vs. homo, contienen una verdadera apología del amor heterosexual como acto procreativo.
“–¿De qué manera (dijo Diotima) y –en qué actividad se podría llamar amor al ardor y esfuerzo de los que lo persiguen? ¿Cuál es justamente esta acción especial? ¿Puedes decirla?
–Si pudiera –dije yo–, no estaría admirándote, Diotima, por tu sabiduría, ni hubiera venido una y otra vez a ti para aprender precisamente estas cosas.
–Pues yo te lo diré –dijo ella–. Esta acción especial es, efectivamente, una procreación en la belleza, tanto según el cuerpo como según el alma.
–Lo que realmente quieres decir –dije yo– necesita adivinación, pues no lo entiendo.
–Pues te lo diré más claramente –dijo ella–. Impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no sólo según el cuerpo, sino también según el alma, y cuando se encuentran en cierta edad, nuestra naturaleza desea procrear. Pero no puede procrear en lo feo, sino sólo en lo bello. La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación, y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal”[7].
Sócrates ha elogiado la sabiduría de la señora, mientras que ella ha hecho un canto al amor heterosexual como “obra divina”. La pro-creación es sólo obra del amor heterosexual, analogando a los hombres con los dioses creadores. Sócrates reconoce que, luego de oír las palabras de la “sapientísima Diotima” quedó “lleno de admiración” (208b) y, dirigiéndose de nuevo a sus discípulos les dijo: “Esto, Fedro, y demás amigos, dijo Diotima, y yo quedé convencido”[8].
Por tanto, tenemos por un lado a Pausanias quien explica la costumbre vigente, por otro a Aristófanes, un personaje burlón que hace una enrevesada defensa de la homosexualidad… y, por último a Diotima, una mujer que el mismísimo Sócrates llama “sapientísima” que hace un genial tributo a Eros ensalzando la unión de hombre y mujer como acto generador de nueva vida.
Pero hay más; en el mismo Banquete, al salir Diotima ingresa en escena el famoso Alcibíades, quien, extasiado con la personalidad de Sócrates, se le ofrece en unión carnal para ser rechazado:
“- Después de oír y decir esto y tras haber disparado, por así decir, mis dardos, yo pensé, en efecto, que lo había herido. Me levanté, pues, sin dejarle decir ya nada, lo envolví con mi manto – pues era invierno- , me eché debajo del viejo capote de ese viejo hombre, aquí presente, y ciñendo con mis brazos a este ser verdaderamente divino y maravilloso estuve así tendido toda la noche. En esto tampoco, Sócrates, dirás que miento. Pero, a pesar de hacer yo todo eso, él salió completamente victorioso, me despreció, se burló de mi belleza y me afrentó; y eso que en este tema, al menos, creía yo que era algo, ¡oh jueces! – pues jueces sois de la arrogancia de Sócrates. Así, pues, sabed bien, por los dioses y por las diosas, que me levanté después de haber dormido con Sócrates no de otra manera que si me hubiera acostado con mi padre o mi hermano mayor”[9].
A estas alturas entonces. ¿A quién le caben dudas sobre el pensamiento de Platón y de Sócrates?
Pues no; tampoco ellos eran sodomitas o pro-sodomitas.



(continúa)


[1] Platón, El Banquete, 181d.
[2] Ídem, 191de-192a.
[3] Ídem, 193b.
[4] Ídem, 193d.
[5] Ídem, 197a.
[6] Ídem, 201d.
[7] Ídem, 206bc.
[8] Ídem, 212b.
[9] Ídem, 219bd.



 Que no te la cuenten, Julio 2 de 2017